domingo, 31 de octubre de 2010

Diálogo.














-Yo escribo para vivir –dijo el profesional.
-Yo vivo para escribir –replicó el aficionado.
-Yo no escribo, pero vivo –comentó alguien que pasaba.

Uno que miraba no dijo nada… pero pensó.

sábado, 30 de octubre de 2010

Ilusiones.











Por fin llegaron a un acuerdo:

-Aquello de allí es la Luna.

Y, satisfechos, regresaron a sus casas.


Inspirado en el cuadro "Misterios del horizonte"
de René Magritte.    

domingo, 24 de octubre de 2010

Viceversa.













     En el instante en que nació recordaba perfectamente cómo y cuándo iba a morir. De todo lo que habría de acontecerle, de todo lo que durante su larga vida iba a ir aprendiendo, tenía ya nítida memoria.

     A las pocas semanas de edad, cuando pudo por fin articular palabras, se arrancó satisfecho el chupete y ante el asombro de sus progenitores, intentó explicarles la situación.
 
-No, no es que vea el futuro. Simplemente lo recuerdo.

     Y tal y como recordaba que iba a ocurrirle, pronto constató que todo lo que acontecía lo olvidaba irremediablemente al instante, viviendo así una vida viceversa, con el futuro en la memoria y el pasado en la conjetura.

     Con los años fue cumpliendo al pie de la letra el guión marcado por sus recuerdos, evitando los problemas que recordaba que evitaría en su futuro y cometiendo los mismos errores de los que tenía memoria.

     Nunca consiguió salirse de aquel rumbo. Cada vez que intentaba cambiar algo, recordaba súbitamente que ya lo había intentado cambiar en su futuro, terminaba haciendo, sin querer, exactamente lo que su memoria futura le indicaba y entraba en círculos viciosos de paradojas temporales que lo dejaban exhausto. Resultaba inútil intentar evitar lo inevitable. Fuera lo que fuera lo que iba a suceder, en realidad ya había ocurrido más adelante. Lo recordaba muy bien.

-Mi memoria es una aguafiestas –solía decir –nada me sorprende y todo se borra al instante.

     El día en que murió, sus recuerdos alcanzaban apenas un puñadito de horas, el tiempo que le quedaba por vivir. Mientras, el abismo de su pasado se le presentaba como una equívoca laguna de noventa y siete años. Tampoco al final hubo sorpresas. Tal como recordó toda su vida, sus últimas palabras fueron:

-Por fin un poco de misterio…

     Un instante después las había olvidado. Estaba muerto.

martes, 19 de octubre de 2010

Espejos.




















     La suya era una soledad de vecindario. Una soledad sólo concurrida por la modesta multitud de desconocidos con los que compartía las burocracias de una vida sin anhelos.

     Con nadie intercambió nunca nada más allá de un buenos días, algún buenas noches o aquel socorrido cómo está usted, que no requería respuesta.

     Tampoco a nadie contó nunca su problema con los espejos… y exhausto, confuso, a veces se preguntaba:

-¿Seré una suerte de vampiro? ¿Quizás un fantasma desmemoriado?

     Hasta que un día, de pura casualidad, se le desveló el misterio.

     No era, por supuesto, ningún vampiro. Ni siquiera algún tipo de monstruosidad. Simplemente… no existía.

sábado, 16 de octubre de 2010

Haikum III.

jueves, 7 de octubre de 2010

El lector.














     Entró en la sala dispuesto a dar el último masaje de la jornada. Como siempre, el incienso, las velas, la luz tenue y la música, incitaban a la calma, al sosiego y la interiorización.

     La mujer le esperaba ya tendida en la camilla, cubierta con una toalla. La observó un instante, recordando: Sara, masaje relajante. Se aproximó despacio y, suavemente, posó las manos sobre su espalda. Sintió cómo ella se removía perezosamente, sólo un poco, acomodándose, y cómo suspiraba profundo, aflojando el cuerpo. Cerró los ojos y esperó a que las respiraciones de ambos se acompasaran.

     Al retirar la toalla algo llamó su atención. La piel de la mujer aparecía surcada de finas líneas, en todas direcciones, a lo largo de la espalda, las piernas… de todo el cuerpo. Se acercó un poco más, con precaución, para dilucidar la naturaleza de aquellas filigranas. Eran letras, frases… que iban formando un texto, una suerte de relato. Sin interrumpir el contacto de sus manos con la piel, buscó curioso el comienzo de la historia. A la altura de los omóplatos halló el título:

“Mi vida y otros secretos”.

     Sus ojos y sus manos se hicieron entonces prójimos. Mientras unos leían devorando el texto, las otras amasaban, suave pero firmemente, aquella piel hecha para ser tocada. Se dejó atrapar por un relato que avanzaba hacia la adolescencia apuntando ya algo difuso,… un misterio, algo inefable, a la vez que sus manos bajaban hacia las caderas.

     En las nalgas, un paréntesis. Un párrafo indescifrable que hizo el suspense más intenso y el contacto más profundo.

     A lo largo de las piernas, de arriba abajo y viceversa, sinuosamente, la historia dibujaba una madurez prematura, llena de sucesos, fracasos y éxitos, una vida aventurera, valiente y plena, que giraba siempre en torno a una maldición sin desvelar.

     En los talones encontró un salto de página… hasta el cuello, y allí, en la nuca, una nota del autor:

“Por favor, sigue leyendo”.

     Con el aliento en vilo y la voz en un susurro invitó a la mujer a darse la vuelta.

     Al verle la cara sintió un sobresalto. Aquel rostro desconocido le resultaba dolorosamente familiar. Podía reconocer en él a todas las mujeres a las que había amado. De alguna manera estaban ahí, no como un parecido leve sino como una aparición. Los ojos de ella estaban abiertos, inmóviles, fijos en las sombras del techo. Ansioso por seguir leyendo, inquieto, los tapó suavemente con un pañuelo de seda. Sus miradas se encontraron… sólo un instante pleno de confidencias, de complicidades.

     Retomó el relato en los empeines y, de nuevo, subiendo y bajando por las piernas se sumergió en él dejándose llevar por aquella crónica tan ajena como irremediablemente prójima. Sintió espuma en los huesos y la necesidad visceral de desvelar el misterio.

     En las plantas de los pies se deleitó con el tacto, con el intercambio de historias y sensaciones nítidas, calientes. En los dedos, una llamada en forma de asterisco le condujo hasta las clavículas.

     Allí la historia se precipitaba hacia el final haciendo la tensión insoportable mientras sus manos subían y bajaban por los senos. Comenzaron a formarse en su mente imágenes de sucesos que no había vivido, recuerdos de lugares que nunca conoció y cuando se aproximaba a la espiral que las líneas formaban en torno al ombligo, sintió vértigo, miedos forasteros que nunca antes había enfrentado.

     En el vientre, a punto de desvelarse por fin el misterio,… una advertencia:

“Aquel que conoce mi secreto no puede seguir viviendo”.

     Inmóvil, contuvo el aliento sintiendo un latir en sus sienes. Ella separó súbitamente los labios y exhaló despacio emitiendo un tenue suspiro.

Dudó aún un instante… sólo un instante eterno.

Nunca, nadie, volvió a saber de él.

sábado, 2 de octubre de 2010

Herencia.


-Papá, ¿cuándo legalizaron la esclavitud?
-Ah, no sé... yo estaba viendo el fútbol.