miércoles, 26 de enero de 2011

El deseo.
























     Guiado por inciertos rumbos garabateados en un viejo mapa, llegó por fin a la cueva del tesoro. Sólo entonces dio crédito a lo que aquel pirata borracho le contara a cambio de unos tragos en una taberna sin nombre.

     Encendió las antorchas, sediento de oro, y comenzó a abrir cofres, a romper tinajas, a desgarrar sacos.

     Polvo. Sólo polvo.

     Decepcionado, pateó y maldijo hasta que cayó rendido al suelo. Fue entonces cuando reparó en aquella lámpara abollada y polvorienta que yacía junto a él. Despacio, con una pregunta en el gesto, la levantó y la agitó suavemente. Y de la lámpara, claro,… salió su genio.

     Se quedaron allí, pavoridos, como evaluándose, permitiendo que el susto se les fuera a ambos del cuerpo. Luego, con la voz desafinada por la falta de costumbre, el genio fue al grano:

-Te concedo un deseo.

-¿Uno? –preguntó con frustración el ladrón –¿y… qué demonios ha pasado con los otros dos?

-Perdón, mi Señor,… otros dos… qué.

-Hmmm… olvídalo, está bien. Un deseo… un deseo.

     Cerró los ojos, concentrado, y toda su vida pasó en imágenes por su mente. Sus correrías como ladronzuelo de mercado cuando era apenas un chamaco harapiento y despeinado. Sus audaces aventuras en busca de fama y riquezas. La dicha y la emoción cuando la fortuna le era favorable, los lujos pasajeros, la buena comida, las jóvenes rameras de su burdel favorito y la súbita vuelta a la ruina, a las noches frías, al hambre de lobo… a la sed de nuevas aventuras. Imaginó luego una vida ociosa en la que todo lo deseado se materializaba en sus manos por arte de ensalmo. Una vida sin penas, fatigas, apuros ni necesidades,… una vida sin peligros, sin sueños inalcanzables, sin anhelos imposibles,… sin un futuro incierto.

     Entonces abrió los ojos como saliendo de un trance y, con un aplomo de príncipe, le dijo al genio:

-Borra de mí este encuentro.

-¿Qué?

-No quiero recordar jamás que te conocí.

-Puedo concederte lo que desees… cualquier cosa… y ¿“Eso” es lo que me pides?...

-Ya lo has oído. Mi deseo es olvidar todo esto. A ti, esta cueva,...

     “Malditos advenedizos” –susurró para sí el genio, y dando una palmada llevó a cabo el hechizo. El tiempo pareció detenerse un instante y un vértigo leve recorrió al joven.

-Concedido –dijo entonces.

-¿Qué? –contestó confuso el ladrón dando un respingo asustado.

-Que ya está.

-Que ya está… ¿el qué? ¿Me estás hablando a mí?

-Y… ¿a quién si no?

- Perdón, pero… ¿nos conocemos?

     Se miraron perplejos durante un embarazoso instante. El Genio se sintió ridículo y maldiciendo de nuevo su suerte, sin más, desapareció.

     El ladrón, desconcertado, recogió sus bártulos y salió de la cueva como alma que lleva el diablo. Sólo cuando sintió la brisa fresca de la noche del desierto en los pulmones y la arena aún caliente bajo sus pies, dejó de correr y con un contento súbito y profundo en el corazón, puso rumbo a la aldea sintiendo unas ganas locas de visitar un burdel.

sábado, 22 de enero de 2011

El pecado de Dios.














     Se aburría.

   Se aburría contemplando todos los universos. Se aburría simultáneamente en todos los espacios, en infinitos instantes. Es lo que tiene de malo la omnipresencia.

 
     En esas estaba, aburriéndose, cuando escuchó, como una bofetada en su mejilla divina, aquella blasfemia:

-Y tú… si es que existes,… ¿a qué cojones estás jugando?

     Aquello le ofendió profundamente. Sintió surgir la ira como un agudo ardor de estómago. Levantó su dedo castigador dispuesto a fulminar a aquel insolente insecto borrando su existencia del Registro de los Tiempos, cuando una mano virginal le detuvo suavemente.

-Espera. Observa un momento su vida. Tiene mal temperamento, sí, y una lengua de bucanero,… pero es un ser bondadoso. Es sólo que le indigna tanta injusticia como hay en su mundo.

-Pero madre, es que… ¡encima es ateo!

-Recuerda tus propias leyes. No debes intervenir –sentenció ella y se alejó con esa sonrisa triste que imprime la virginidad eterna.

-¡¡Mierda!! –exclamó entonces iracundo y en un universo incierto surgió de la nada una mierda del tamaño de siete soles.

     Satanás, el bufón, rió desde las sombras con su risa burlona. Eso colmó el vaso de su infinita paciencia.

–¿Injusticia? –Preguntó con su voz de trueno a aquel hombre que alzaba aún su puño amenazante hacia el cielo – ¿De verdad quieres saber lo que es la injusticia?...

     Y entonces, con un suave movimiento de su mano, lo convirtió… en mujer.


viernes, 14 de enero de 2011

Jubilación.




















Cuanto más me acerco, más se aleja.
jjj

domingo, 9 de enero de 2011

Haikum IV.




martes, 4 de enero de 2011

Náufrago...















     Cualquier excusa le servía. Siempre encontraba la manera de desviar la conversación hacia el único asunto que de verdad le apasionaba:

-¿Les había comentado ya que mi palabra favorita es “Náufrago”? Escuchen: …"Náufrago".

     Y vocalizaba lento, abriendo mucho la boca y los ojos, saboreando cada sílaba. Luego invitaba a su impávida audiencia a participar:

-Ahora ustedes conmigo,… despacio, disfrutando: “Náufrago”… Observen. Es como un tobogán. Empieza como una ola que sube hasta la u y rompe después con un fragor de tormenta –y emocionado, concluía –Es como una tempestad. ¿Lo cogen?... ¡En la magia de su fonética se esconde la historia de su semántica!... “¡Náufrago!”.

     Y con los ecos de su palabra en la boca quedaba como embobado, con la mirada perdida en un espacio fronterizo entre sus párpados y un horizonte incierto.

     Por ironías de la vida o causalidades del destino, una tormenta inesperada y repentina hundió el barco en el que disfrutaba de un crucero de placer después de treinta y cinco años de trabajo sin descanso en la misma oficina. Dio con sus huesos en una playa desierta junto a otros seis supervivientes del naufragio. Para él fue como una revelación. Mientras los demás se lamentaban de su suerte, él intentaba explicarles las maravillas y los recovecos de su palabra favorita, pero esta vez se encontró con un público muy reacio a darle vueltas, del derecho o del revés, a semejante incorrección.

     Terminó aislándose. Se sentaba solo en la playa mirando al mar como alucinado y susurraba para sí “Náufrago,…Soy un náufrago…”, saboreando como nunca las delicias de su palabra,… y de su nueva condición.

     Seis semanas más tarde, cuando llegó el equipo de rescate, encontraron un solo superviviente, andrajoso y desnortado, que se resistía con uñas y dientes a abandonar la isla. Hicieron falta siete hombres para reducirle y quince días para que recuperara la razón y empezara a hilar conversaciones descifrables.

     Aquella experiencia le cambió profundamente. Mudó sus costumbres, sus hábitos y preferencias. Se hizo solitario, discreto, taciturno. Pasaba horas encerrado en su habitación, mirando a la nada como alucinado, susurrando para sí:

-Caníbal,… Soy un caníbal… -Y se le despertaba un hambre de náufrago.