Cuentan que tenía dos cabezas, una pena satírica y una cándida alegría. Y que habitaba un universo desquiciado, cotidiano, fantástico y real.
-Entonces,... ¿estaba loco?
No. Sólo demente. Digamos que era único, es decir… de lo que no hay. Y que habitaba un universo fantástico y cotidiano, desquiciado y real.
-Pero, a ver… entonces… ¿era un demente?
No, sólo divergente, siempre divergente. Amaba la música y el silencio, la compañía y la soledad, era especialista en nada y una extravagancia, una genialidad. Era también un creador de recuerdos. Y habitaba un universo cotidiano y real, fantástico y desquiciado.
Pero lo más fascinante no era nada de todo esto.
-¿Ah, no? ¿y qué era lo más fascinante entonces?
Su lapicero.
-Joder…
-Me suenan los tonos, pero… ¿cuándo han cambiado la decoración?
-Siempre tan cándida, Alegría. ¿Aún no te has dado cuenta?
-¿De lo qué?
-Nada, sigue disfrutando…
Si no has entendido nada es que aún no te has pasado por aquí.
(Usted sabrá perdonarme el atrevimiento, mi querido maestro).