Hacía años que no le ocurría. Había olvidado ya cómo era eso de soñar sin anuncios. Aquella noche, sin embargo, tuvo un sueño como los de antes, sin interrupciones para la publicidad. Al amanecer despertó descansado, un tanto perplejo,… algo así como feliz.
Mientras preparaba el té para el desayuno llamaron a su puerta. Entonces empezó todo.
Dos agentes del Ministerio de Cultura, Control y Seguimiento (M.C.C.S.), luciendo el bigotito oficial y vestidos de negro enterizo, le hicieron entrega de la denuncia correspondiente.
—Ha violado usted la Ley de Protección de Derechos de Autor en su artículo tercero barra cincuenta y cuatro bis, así como la Ley de Consumo Supervisado en su sección tercera, artículo setenta y dos barra uno, uno, siete, cuatro, tres, seis, barra cuarenta y siete b. En estos momentos le está siendo retirada de su cuenta corriente personal la cantidad correspondiente a la sanción asociada a dichas faltas. Así mismo deberá usted presentarse mañana a las 11:33 horas en las instalaciones del M.C.C.S. para cumplir con el proceso de reeducación personalizada aconsejado en estos casos. Si tiene alguna declaración que hacer o no está de acuerdo con la anterior información, deberá acompañarnos inmediatamente a las instalaciones del M.C.C.S. para formular la correspondiente reclamación, previo pago de las costas que dichas gestiones generarán al citado Ministerio. ¿Ha entendido bien todo lo que se le ha dicho? —y sin darle tiempo a contestar, concluyeron: –Muchas gracias por su atención, que tenga un buen día. Velamos por su bienestar —y desaparecieron dando un portazo.
Se quedó allí un buen rato con la denuncia en la mano como una estatua de sal, mirando la puerta cerrada sin dar crédito a lo que acababa de ocurrirle. Luego, como rompiendo el hechizo, dijo por fin “¡Malditos hijos de puta!” a lo que la voz metálica del ordenador central de la casa contestó “Modere su lenguaje, Sr Sánchez, que tenga un buen día. Velamos por su bienestar”.
Por la noche, cambiando de postura entre las sábanas revueltas, no era capaz de conciliar el sueño. Temía volver a cometer alguna incorrección si se dormía. Cuando el cansancio le venció al fin, soñó que se conectaba a internet y se descargaba ilegalmente una tripulación entera de corsarios sin permiso de residencia o licencia de saqueador alguna, es decir, exactamente ciento treinta y cinco piratas piratas de parche en el ojo, loro en el hombro y pata de palo, sin registro o copyright en curso.
Armados hasta los dientes, con un estruendo de naufragio, asaltaron el Ministerio de Cultura, Control y Seguimiento saqueando a su paso despachos y despechos, copiando canciones, quemando cd´s, pirateando películas y reproduciendo, total o parcialmente, libros, cuentos y novelas sin permiso del editor. Liberaron a treinta creadores de las jaulas de sus contratos, se bebieron de un trago los derechos reservados, practicaron su puntería con la propiedad intelectual y arrojaron por la borda, atados de lengua y pluma, a siete funcionarios de bigotito oficial, zapatos de cadáver y traje de enterrador, dejándolos a merced de los tiburones, que esperaban cuatro plantas más abajo en un bufete de abogados sito en el mismo edificio.
Acabada la rapiña los vio alejarse bajo la lluvia, cantando en francachela, compartiendo la satisfacción del deber cumplido, celebrando alegres las delicias de un trabajo bien hecho.
Entonces despertó sobresaltado. Se frotó los ojos aún medio dormido y miró el reloj. Aún no amanecía. Un escalofrío recorrió su espalda. En el silencio de la madrugada, alguien vociferaba su nombre mientras golpeaba la puerta con el puño.