sábado, 31 de marzo de 2012

Cuentos de Amador.

10. Aroa.























Aroa habitaba el presente. No entendió nunca de mañanas ni de ayeres. Vivía su vida sin más, consumiendo los instantes como quien saca agua del mar. Pequeña como un santiamén y bella como un orgasmo, sentía una cercanía innata y un cariño natural por todos los seres con los que compartía el planeta: personas, animales, plantas, pero también por las rocas, el fuego, la lluvia, el viento, la pradera o la montaña.

Aroa no lloró nunca. Nació con los ojos abiertos, celebrando con balbuceos la alegría de una nueva vida. Aquel día no murió nadie, ni cerca ni en ningún sitio. Ni siquiera fue miércoles, lunes o domingo, no llovió, no hizo frío ni calor. Nada. Aquel día sólo ocurrió su llegada al mundo.
La comadrona que asistió el parto estuvo un rato dándole vueltas al bebé buscándole las alas, convencida como estaba de que aquella criatura tenía que ser un ángel, por su belleza, su felicidad y la calidad de su piel, que tuvo siempre la textura de los momentos alegres.

viernes, 30 de marzo de 2012

Mundo payaso VI.




















Pudieron cambiar el mundo, pero estaban de compras.
 

domingo, 25 de marzo de 2012

Cienmanos. Capítulo payaso...
















Sintió como si llegara alguien. Por fin,... Llevaba demasiado tiempo flotando sola en aquella nada. Ahora divisaba algo incierto, un borrón que se aclaraba conforme se iba acercando. Era un ser alado… para ser más exactos, era un payaso con alas.

       —Hola Paula –sonrió el payaso al llegar.
       —Hola. Pero… ¿Quién eres? ¿Cómo es que sabes mi nombre?
       —Lo sé todo de ti. Todo, hasta este instante.
       —¿Eres un ángel?
       —¿Un Ángel? No, ni siquiera un Ramón o un Federico. ¿Por qué habría de ser un Ángel? ¿Acaso esperabas a alguien?
       —No, lo decía por las alas.
       —¿Qué alas? 
       —Esas.
       —Ah, te refieres a la chepa.
       —¿Qué chepa?
       —Esta –Respondió el payaso girándose un poco.

       Paula pudo ver entonces una gran joroba donde antes había visto unas alas. Era enorme, lo bastante grande para inaugurar en ella un campo de golf —pensó sin pensarlo realmente—. Tal vez demasiado irregular para hacer sobre ella un green, pero suficientemente amplia para…

       —¿Te gusta el golf? –la interrumpió el payaso.
       —¿Qué?... –Paula se asustó, aquel tipo de la sonrisa grande le estaba leyendo la mente—. ¿Cómo haces eso? ¿Por qué sabes tanto de mí?
       —Vaya, por fin una pregunta interesante. Verás, me mandan ellos, tus creadores.
       —¿Te manda… dios?
       —¡Pero bueno! ¡Qué manía os ha entrado a todas con dios! Dios no debe preocuparte, es una mera elección. Pero eso te lo cuento en otro capítulo. Se me están acabando las palabras.
       —Querrás decir el tiempo.
       —No, no, las palabras,… me quedan poco más de cien. Les dije que necesitaría más, pero no quisieron escucharme.
       —¿Quiénes?
       —Tus creadores.
       —Creadores… entonces, ¡son varios!
       —Son exactamente setenta y cuatro. 
       —¿Qué? ¿Setenta y cuatro? Pero… ¡esto es una locura! 
       —No, verás,… en realidad es sencillo: treinta y seis se dedican a darle forma y color a todo lo que concierne a tu mundo. El resto simplemente establece qué pasa, cómo, cuándo, dónde y por qué.
       —Pero, entonces… ¡qué hay del libre albedrío… del mío!
       —Ah, eso. Ni caso. Eres tú quien decide: ellos creen que te inventan, pero se limitan a recibir la inspiración de las musas cuando y como las musas quieren. Estas, a su vez, viven en el bosque donde habita tu esencia. De tu esencia beben ellas y luego le soplan al oído a esa panda de majaras que se creen que te inventan. Así se cierra este círculo payaso y, en realidad, las elecciones son tuyas, derivan de ti, ¿Me explico?
       —Y tú… eres uno de mis creadores.
       —Bueno, en realidad no. Yo, ya lo ves, sólo soy un payaso. Un payaso con alas.
       —¿Alas?... ¿Pero no era una chepa?
       —¿Chepa? ¿Qué chepa?
       —Bah, olvídalo. Y… ahora, ¿qué va a pasar?
       —Nada. O todo. Esto es sólo un sueño. Un sueño que está acabándose. Ya no tengo más palabras.
       —Entonces, te vas…
       —Sí, pero antes… ¿puedo besarte?
       —¿Qué?...
       Paula dudó unos instantes:  
      —Claro. Me caes bien.

       El payaso se acercó despacio y la besó suavemente en la boca. Al hacerlo, su nariz se aplastó un poco contra la mejilla de Paula emitiendo un sonidito como de bocina tonta. Entonces el payaso se transformó en un gato. En un gato negro con alas. El gato miró a Paula con ojos dulces y poco a poco empezó a esfumarse. Antes de desaparecer del todo le susurró al oído:

       —Ahora despierta, Paula, se acabaron las palabras… ¡Despierta!


Dedicado a la panda de majaras de Cienmanos.